Aquel año había decidido no ir a la Convención, pero unos días antes cambié de idea y llamé para apuntarme. Me dijeron que sí, pero al instante avisaron por whatsapp que no quedaban plazas disponibles; supongo que yo cogí la última. 
Trabajaba el viernes por la noche, así que el sábado por la mañana cogí el autobús y llegué, cuando la Asamblea ya estaba a punto de terminar. Estaban hablando del servicio vacante de comunicaciones electrónicas.

Mis conocimientos en esta materia eran casi nulos, tampoco me interesaba mucho. Nunca utilizaba el ordenador y era de las últimas en comprarme un smartphone. Unos meses antes, y sin habérmelo propuesto, me había visto involucrada en la elaboración de la página web de mi intergrupo. En el cursillo, que nos dieron para aprender a editar la página web, había que introducir nuestro email y yo no sabía dónde estaba arroba en el teclado del ordenador. Aún así aprendí algo y me divertí mucho.
Una vez, hablando de los servicios vacantes de la Junta, la compañera, que me introdujo en el mundo de la informática me dijo: “¿Porque no te presentas a servidora de comunicaciones electrónicas? Yo podría ayudarte en el servicio.”

Me pareció una idea bastante descabellada. Los servidores de la Junta son gente con muchísima recuperación, sabiduría y seguridad de sí mismos. Además, para este servicio haría falta un profesional de informática o por lo menos un aficionado con muchos conocimientos. Yo no tenía nada de eso, así que no mandé mi curriculum suponiendo, que se presentaría alguna persona más capacitada.
Justo cuando entré en la sala comentaban, que el servicio quedaba vacante. Una compañera me preguntó: “¿No tenías nada que decir al respecto?”.
Entonces me levanté, y sin estar muy consciente de lo que hacía, me presenté.

Tengo claro, que sería imposible realizar este servicio sin la ayuda inestimable de mi compañera del comité y muchas otras personas. Pero lo principal era contar con la ayuda de mi Poder Superior. Desde principio me parecía, que Él me condujo hacía este servicio (eran muchas las casualidades).

Es posible que mi servicio haya ayudado a alguien a conocer OA, pero la más beneficiada soy yo.
Llevaba varios años en OA y me acomodé en una abstinencia aceptable, pero seguía peleando con mis defectos, sin avanzar mucho. Como soy bastante vaga por naturaleza, el compromiso con el servicio me hace estar en contacto con el programa sin esfuerzo. A veces escribo a los recién llegados contando las maravillas del programa. Para poder hacerlo con sinceridad tengo que ser la primera en experimentarlo.

A lo largo del servicio iba adquiriendo algunos conocimientos de informática. He entrado en un mundo nuevo para mi y que me resulta muy entretenido. Pero de lo que más aprendí, es de mí misma.

Aprendí que la pereza es el miedo a no ser perfecta y que la única manera de evitar los errores es no hacer nada. Aprendí a reconocer mi ignorancia y pedir ayuda, a meter la pata y rectificar sin hundirme en la miseria.
Las reuniones de la Junta me han servido para aprender a convivir, a estar en desacuerdo sin odiar y a expresar mi opinión respetando las opiniones de los demás.

Antes mi respuesta ante nuevos retos era: “yo no sirvo para esto”. Ahora me siento capaz de casi cualquier cosa que me proponga o por lo menos de intentarlo. Como dice el  “Sólo por hoy” de 31 de enero: Cambio mi “Si, pero” por “¿Porqué no?”